La ‘Negación del Yo’ es una técnica de persuasión frecuentemente utilizada por los cultos peligrosos, pero apenas se menciona en los estudios y publicaciones que tratan sobre las estrategias de dominio y control mental. Es una de las herramientas más poderosas y eficaces que suelen utilizar los líderes sectarios para someter a sus adeptos. Consiste en convencer al adepto de que, para merecer la aceptación del líder y el grupo, debe negarse a sí mismo como individuo único con características específicas: sus necesidades particulares, sus gustos, sus propiedades materiales, sus pensamientos más íntimos, sus maneras de ver el mundo quedan en un segundo plano o, sencillamente, se niegan. Incluso las relaciones interpersonales que no han recibido la aprobación del líder deben negarse. No hay individuo, el sujeto no existe. Sólo existe el grupo y su cabeza pensante es sólo uno: el líder. Los demás no deben pensar, sólo obedecer.
Algunas religiones históricas que no se consideran grupos peligrosos, como el cristianismo y el budismo, también predican la negación del yo. En el cristianismo, por ejemplo, la negación del yo es exigida por El Cristo como requisito indispensable para salvarnos y alcanzar la vida eterna. Así se expresa claramente en Lc.9:23: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” ¿Cuál es, entonces la diferencia entre la negación del yo predicada por grupos peligrosos y lo que se predica en las religiones históricas? Tomemos el cristianismo como punto de referencia y examinemos las diferencias y semejanzas, si algunas.
En el cristianismo la negación del yo surge de una relación personal e íntima con Dios, al amparo del amor, la misericordia y la aceptación del sujeto. Este mensaje hace un llamado a responder con heroísmo ante cualquier situación que atente contra la Fe, el amor hacia Dios y a sus semejantes. La respuesta es una individual, que surge del amor y la caridad, no de la opresión de un ser humano hacia otro o hacia un grupo de personas, por la razón que sea. En todo momento el mensaje cristiano exalta al máximo el valor de la caridad y de la compasión, catalogándolas como las más preciadas de las virtudes. El mismo mensaje, más adelante también señala que ningún ser humano tiene supremacía sobre ningún otro, sino que todos deben considerarse y tratarse compasivamente, de parte y parte. En ningún momento estas palabras hacen referencia al privilegio de imponer exigencias o cargas pesadas sobre ningún semejante, para someterles al sufrimiento, con el fin de ayudarle a crecer espiritualmente, al negarse a sus propias necesidades. Las emociones y los sentimientos son la causa y origen del sacrificio; como consecuencia resultante surge siempre un sentimiento de satisfacción en la persona. Así la persona falle en su intento heróico de sacrificarse por decisión propia y por amor, el sujeto sigue siendo un humano amado por Dios y respetado por sus semejantes. Nadie pierde su dignidad porque es natural y completamente HUMANO. En los cultos peligrosos, por el contrario, la negación es impuesta desde el exterior, no surge del convencimiento propio, personal e íntimo. Surge de la presión desbocada del líder, quien se apoya en su grupo de seguidores como el coro de una tragedia griega. Aquellos que cometen una falta o fallan en el proceso son penalizados con burlas, rechazos y humillaciones que denigran y condenan a la persona.
En el cristianismo, la negación del yo trae como consecuencia la liberación del sujeto, quien mantiene su pensamiento crítico y por tanto puede distinguir entre el camino de la salvación y el de la no-salvación. El creyente cristiano, al negarse a sí mismo ha realizado un acto voluntario y libre cuya sanción es siempre la paz interna. En los grupos sectarios peligrosos, sin embargo, la negación del yo es la reacción del sujeto a huir de las constantes humillaciones, burlas y obligaciones cada vez más pesadas e indignantes que lo someten a un proceso de deshumanización. Negarse a sí mismo es para el adepto sectario el único camino para ser considerado dentro del grupo como uno más, eliminando toda humillación y burla hacia su persona. Sin embargo, la sanción es el miedo y el espanto, nunca la paz. Tampoco hay liberación, hay sometimiento. Sólo queda obedecer al líder y no a sus propias tendencias, necesidades y pensamientos.
La consecuencia que se sigue de la negación del yo en manos de las sectas es la total despersonalización del adepto. La persona deja de ser importante para sí mismo. Tan sólo la secta y su misión son importantes. “Yo no existo”, carezco de personalidad, sólo existe la secta como único camino hacia la felicidad y realización. El adepto queda convencido de que la práctica de negarse a sí mismo es un camino seguro para lograr alcanzar a Dios. Pero sólo puede seguir a Dios a través del líder y no a través de una relación personal e íntima con Dios.
Como cualquier estrategia conducente al dominio mental y psicológico, la “negación del Yo” se practica dentro de las sectas “a puerta cerrada” y en secreto. El sujeto debe primero pasar con éxito algunas pruebas que, a modo de iniciación, se proponen al adepto. La característica principal de estas pruebas es la demostración de lealtad ciega y absoluta al líder. Por eso, mientras más absurdas sean éstas, más importante, se dice, es el sujeto que las debe realizar. Sólo cuando el adepto ha demostrado fehacientemente su lealtad y fidelidad al grupo y al líder, comienza el proceso de negación del Yo.
En algunos grupos, el proceso de negación comienza con una exigencia simple que en apariencia no tiene nada de peligroso: se le solicita al sujeto que cambie su nombre propio porque, se alega, dentro del grupo es otra persona, una nueva persona. Se le asigna un nuevo nombre más acorde con su nueva vida sectaria. Más tarde se le prohibe tener propiedades personales, o utilizar la palabra “yo” al hablar. Los adeptos tan sólo pueden identificarse como servidores, ‘su servidor’, ‘éste servidor’, etc., evitando al máximo hacer referencia a su persona. Algunos líderes han llegado a asegurar que la primera palabra que salió de la boca del diablo fue ‘Yo’, porque el ego es un montón de Yoes-diablos.
El adepto se convence de que sólo si se niega a sí mismo, se somete y trabaja arduamente por los objetivos impuestos por la secta y el líder, alcanzará el nivel espiritual prometido. Se le motiva continuamente a alcanzar el respeto, la admiración y hasta la veneración al líder; y esta motivación se convierte en necesidad de recibir la aprobación del grupo. Contrario a esa aprobación, el adepto recibe maltratos, menosprecios y humillaciones porque nunca hay manera de igualar al Jefe del Rebaño. Poco a poco, el adepto se concentra en hacer sólo lo que le es asignado, sin protestar o considerar nada más. El ego de un adepto fortalecido espiritualmente está muerto y, como se supone que está plenamente identificado con Dios, todo mandato lo debe realizar sin perturbarse emocionalmente.
A través de la negación del yo, el adepto va doblegándose y renuncia a sus propios sentimientos, suprimiendo sus necesidades emocionales y psicológicas, lo cual engendra ansiedad. Mientras esto ocurre en la vida íntima del adepto, el líder procura presionarlo sólo lo necesario porque sabe que una ansiedad extrema no es deseable. Por lo menos, no es deseable hasta que el sujeto manifieste una entrega total a su mandato y lo reconozca como único líder. Con una ansiedad correctamente dosificada, el adepto responde de manera dócil a los deseos del líder. Así, el líder podrá humillarle sin temor a reacciones de rechazo y hasta podrá utilizar su ejemplo para intimidar a cualquiera que intente incurrir en alguna conducta no deseada.
Dentro de las sectas y bajo el manto del secreto, la enseñanza de la negación del Yo se fundamenta en la idea de que el humano debe deshacerse de todo lo que se interponga con la voluntad de su Dios. Pero como la voluntad divina sólo la conoce el líder supremo, el adepto depende enteramente de él para conocer los designios de Dios.
Las sectas aspiran a sustituir el pensamiento crítico y analítico por uno de obediencia dócil y ciega. Por eso se esfuerzan en controlar toda fuente de información. Saturan a los adeptos con actividades que le ocupan tiempo y concentración. Con la ayuda de las técnicas, el adepto termina viendo y escuchando lo que el líder desea que todos vean y escuchen. El adepto deja de tomar decisiones, incluso las más comunes. En lugar de un comportamiento autónomo, lo que los cultos intentan fortalecer es la sumisión, la dependencia física y psicológica respecto al líder.